Como todos los años por estas fechas os traigo, hasta este pequeño rinconcito virtual, los artículos de colaboración que he publicado en la revista digital Cita en la glorieta.
Este año he coordinado junto al director de la revista, Javier Alonso García-Pozuelo, la sección dedicada a la Novela enigma, por lo que este artículo introductorio así como la reseña que publicaré la semana que viene, girarán ambos en torno a ese tipo de narración.
Este artículo fue realizado para colaborar en la VII Semana Negra en la Glorieta (2020), evento dedicado al género negro y policíaco.
La Semana Negra en la Glorieta se celebra, desde el año 2016, del 21 al 27 de noviembre. Aunque inicialmente se trataba de un festival virtual, en las últimas ediciones, además de la publicación de reseñas, artículos y relatos, se han llevado a cabo actividades presenciales en diversas ciudades de España y Latinoamérica.
Coordinada por Rafael Guerrero, Osvaldo Reyes y Javier Alonso García-Pozuelo, a lo largo de estos años, han participado en ella más de un centenar de escritores y críticos literarios del género negro de Argentina, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, Estados Unidos, México y Panamá.
Si queréis leer todos los artículos, reseñas y relatos negros que se han publicado en ese evento, solo tenéis que pinchar en el enlace que os dejo a continuación.
Para esta nueva edición de la Semana Negra en la Glorieta, me gustaría hablaros de novela enigma, un tipo de narración policíaca que tiene unas características muy específicas. Para ello voy a hacer un artículo un poco injusto, porque solo voy a poder citar en él una pequeña muestra de escritores, dejándome otros muchos en el tintero que pueden ser igual de brillantes que los mencionados.
Hecha esta aclaración, quiero mostraros los requisitos fundamentales de este género.
El primero es contar con un investigador, alguien que no necesariamente tiene que ser un detective o policía, tan solo un personaje que nos guíe a lo largo de la historia encontrando las pistas y poniendo las cartas sobre la mesa.
Otro detalle importante es que el argumento contenga un delito, misterio o enigma a resolver, como el propio género indica, sin olvidar lo fundamental: que el lector, durante buena parte de la obra, desconozca el quién, el cómo, el porqué, e incluso en ocasiones el dónde.
Para eso están las pistas que iremos descubriendo a la par que el investigador, indicios que pondrán en juego nuestra capacidad de deducción y de observación.
Si habéis sido observadores, como espero, habréis visto que no he citado como requisito imprescindible contar con un criminal, y eso es porque en algún texto, si la cabeza no me falla, al final se llega a la conclusión de que no se ha cometido ningún delito, por lo tanto, tampoco puede existir un criminal; eso sí, con lo que siempre contaremos será con un buen número de sospechosos, peones de la trama con los que el autor jugará al despiste.
Y ahora que ya conocemos los conceptos básicos, dejadme que os hable de sus
orígenes.
Los expertos o amantes de la novela de detectives, siguiendo las pautas anteriormente citadas, parece que lo tienen muy claro a la hora de catalogar un relato, pero yo que no soy ninguna experta creo que, en ocasiones, los límites son muy difusos, al igual que determinar con fecha exacta su origen.
¿Por qué digo esto? pues porque la novela enigma no es más que un tipo de narración ficticia con una manifestación delictiva que arrastra una investigación, por lo tanto, creo que su catalogación está cargada de obstáculos.
Por ese motivo os propongo un pequeño paseo a lo largo del tiempo, haciendo solo unas breves pausas en momentos puntuales, que nos permitan vislumbrar sus comienzos.
Cuando hablamos de obras policíacas clásicas a todos nos vienen títulos y nombres de autores famosos a la cabeza. Nuestra mente vuela hacia las historias de detectives del siglo XX, las que incluiríamos en la llamada Golden Age, pero antes de llegar a ese punto hay que retroceder algo más en el tiempo para conocer sus verdaderos inicios.
Podemos encontrar textos como "Edipo rey" de Sófocles, donde somos testigos de una investigación, pero no es hasta 1841 cuando nace el género policíaco, embrión de la actual novela negra.
Fue en aquel lejano 1841 cuando Edgar Allan Poe, al que se considera como padre del relato policíaco, crea a C. Auguste Dupin, un personaje que revolucionará el género deductivo con su primera aparición en
"Los crímenes de la calle Morgue". ¡Y ojo! que he dicho padre del relato policial, porque según los expertos la primera novela policíaca de la literatura universal es
"Un asunto tenebroso", publicada un par de meses antes por Honoré de Balzac. Y aquí vuelvo a sacar a relucir la dificultar a la hora de catalogar una narración, porque a mí
"Un asunto tenebroso" me parece más una historia de espionaje farragoso basada en un hecho real con tintes de novela negra, con lo cual algunos puristas, automáticamente la sacarían de esa catalogación.
A partir de ese momento, las novelas policíacas o que esconden algún misterio empiezan a surgir como hongos y muchos autores se suman a la moda...
En 1853 el gran Charles Dickens hace sus pinitos dentro del género, publicando una novela temprana de lo que después sería catalogado como Whodunit, género del que os hablaré después.
Esa historia lleva el título de "Bleak House", en castellano, "Casa desolada", e incluso algunos expertos se arriesgan a decir que pudo haber sido escrita en una fecha anterior a 1842, con lo cual, bautizar a un escritor como padre de la novela policíaca empieza a tornarse algo delicado, porque al género le están saliendo padres por todos lados.
Un poquito después, alrededor de 1860 llegan las
"Sensation novel", esas narraciones escondían misterios y algún crimen, pero sobre todo, despertaban el morbo al dejar al descubierto secretillos y actos que la moralidad de la época no aprobaba. Aunque no seguían paso a paso el proceso indagatorio, sí ofrecían algunas pistas a los lectores para poder resolver el caso, por eso me ha parecido interesante incluirlas en esta reseña, porque dieron grandes escritores y obras como Mary Elizabeth Braddon creadora de
"El secreto de Aurora Floyd"; Fortuné de Boisgobey con
"El crimen del ómnibus" o Fergus Hume con
"El misterio del carruaje", por citar solo a algunos de esa época.
Esas novelillas catalogadas con el título despectivo de novelas sensacionalistas, servían para matar el tiempo, aunque viendo el contenido de este artículo debería cambiar el verbo matar por pasar.
En 1887 nace de la pluma de Arthur Conan Doyle el genial y excéntrico Sherlock Holmes que llevará el género a su máximo esplendor.
El personaje nos mostró que todas las pistas estaban a la vista, que debíamos interpretarlas de forma correcta, tal y como había sentado las primeras bases Dupin, pero también que los lectores muchas veces carecíamos del instinto sabueso y/o los conocimientos necesarios para dar con el criminal.
Y así, con esta compañía tan excepcional, llegamos al momento esperado, cuando surge ese nuevo tipo de novela que pasará a denominarse Enigma y/o Whodunit (¿quién lo ha hecho?), ofreciendo a los lectores una serie de historias que mezclaban entre sus páginas lo mejor de todos los géneros citados.
Nos encontramos en el periodo de entreguerras (1919-1939), el público necesita entretenerse, evadir la mente de la cruda realidad y no hay mejor modo de hacerlo que con un buen rompecabezas.
La ficción detectivesca brilla desde Londres a Nueva York, hemos llegado a la Edad de Oro, a la famosa Golden Age.
Los asesinatos y robos convierten la meta de encontrar al culpable en un juego intelectual.
Grandes plumas deslumbran en esta época y llenan las estanterías de atípicos detectives, entre ellas Agatha Christie, Chesterton, Annie Haynes, George Simenon o Dorothy L. Sayers.
A partir de ese momento llega el cambio, la novela enigma no desaparece, se transforma.
Atrás quedan enterrados los buenos modales y el respeto hacia el investigador; empieza a agravarse la tirantez entre el policía oficial y el detective aficionado; la descripción psicológica del asesino y la acción toman más fuerza en el relato. Lo único que no cambia es el móvil del crimen, el dinero sigue siendo el motor que impulsa a cometer el delito, seguido de cerca por los celos y el ansia de poder.
Ruth Rendell o P. D. James continuaron con el estilo, adaptándolo a los nuevos tiempos, demostrando que lo policíaco no era sinónimo de literatura barata, preservando el estilo para futuros lectores y escritores.
De esa forma, en nuestros días, vuelven a surgir plumas que rescatan las antiguas novelas y a sus protagonistas, como Sophie Hannah, que se ve con el suficiente valor para resucitar, eso sí, con permiso de los herederos, al grandísimo Poirot; o como Anthony Horowitz, que consigue lo mismo pero esta vez de el Conan Doyle Estate, es decir, de los herederos de Doyle para continuar con las aventuras de Sherlock Holmes.
También tenemos a Stuart Turton que intenta emular o recuperar el estilo más aristocrático y elegante de la Golden Age con
"Las siete muertes de Evelyn Hardcastle" o a Jessica Fellowes creadora de una saga,
"Los crímenes de Mitford", (
I y
II) que según los lectores parece prometedora.
Hay otros autores que, siguiendo ese código antiguo de mostrar las pistas desde el principio, han conseguido dar una nueva vuelta de tuerca creando un estilo propio, donde enigma y thriller van de la mano, pero a pesar de la gran calidad de textos que podemos encontrar de ese tipo, no pueden catalogarse como tal.
Es como las torrijas, las buenas, las de verdad, son las clásicas, no ese experimento nuevo que intentan colarnos recubiertas de chocolate...
El género enigma, el puro, el de sus comienzos, enfrentaba a detective y criminal en igualdad de condiciones.
El investigador solo contaba con su libreta, un lápiz y su inteligencia; el criminal su sagacidad y una habilidad sin par para escabullirse del escenario del crimen.
Después algo cambió...
Quizás opinéis que la evolución o la innovación, como queráis llamarlo, fue mínima, pero ya no fue igual. A esa fórmula perfecta se sumaron los métodos científicos y un nuevo escenario, los laboratorios; aunque la premisa principal, dar con el criminal, logró mantenerse, esos modernos elementos lo convirtieron en una nueva categoría que alejaba al lector de la posibilidad de dar con la solución, y por lo tanto con el criminal. ¡Reconocedlo! no en todos nosotros vive un pequeño CSI.
Si queréis un consejo, volved a los clásicos...