Poirot se enfrenta a uno de los casos más desconcertantes de su carrera.
Sir Charles Cartwright debería habérselo pensado dos veces antes de invitar a cenar a trece personas en su casa. Pues la velada concluye con uno de los invitados muerto tras haber ingerido un cóctel en el que no se encuentra ningún rastro de veneno.
Hasta el momento, nada que pueda sorprender al detective belga.
Lo que sí resulta sorprendente para Poirot es que no haya ni un solo motivo que pueda explicar el asesinato.
Opinión:
Muerte en tres actos o tragedia en tres actos es una novela escrita por Agatha Christie en 1934 que seguro que os va a resultar curiosa por varios motivos.
Su estructura corresponde a la de una obra teatral que, como bien indica el título, está dividida en tres partes.
La primera parte lleva el título de sospechas, el acto intermedio de certeza, y por último, el tercer acto, de descubrimiento. Estas tres partes se corresponden con la que sería la estructura clásica de una novela, es decir, introducción, nudo y desenlace.
Como es lógico, la introducción está reservada para conocer al plantel de sospechosos, todos esos personajes que, como habréis visto en la sinopsis, asisten a una cena en cuyo cóctel va a aparecer un cadáver. Y es que, un cadáver en el cóctel habría resultado un título de lo más acertado para esta novela.
¿Os acordáis de la película del 76 de Un cadáver a los postres, con Peter Sellers como cabeza de reparto?
En ella se parodiaba las novelas en las que un extraño grupo se reunía en una mansión aislada, siendo uno de esos invitados asesinado. Pues bien, en esta obra de Christie es exactamente lo que ocurre si alteramos el orden de los platos.
En Tragedia en tres actos nos vamos a encontrar con un Poirot algo secundario, además de la sospecha de un doble asesinato, algo que no es frecuente encontrar en las otras novelas de esta autora.
Poirot va a tener una actuación muy limitada, aparecerá simbólicamente al comienzo, como un personaje más que asiste a la cena, pero que en el acto final sí tiene reservado ese momento apoteósico que todos esperamos y en el que pondrá a funcionar sus células grises, resolviendo finalmente el caso ante unos boquiabiertos compañeros de reparto.
En el acto intermedio la investigación va a recaer sobre tres personajes. Uno de ellos será el actor Charles Cartwright, el organizador de la cena; otro el señor Satterthwaite, alguien al que veremos aparecer en un recopilatorio de cuentos que se relacionan entre sí, escritos por Christie en 1930 y que lleva el título de "El enigmático señor Quin", y por último tenemos a la señorita Egg Lytton Gore.
El resto de asistentes a esa cena, los que podríamos considerar como sospechosos, se limitan a crear solo un ambiente verídico. Son secundarios con escasa actividad; cuentan con muy poco diálogo y relevancia para la trama, salvo en los momentos en que se les interroga.
Agatha Christie, en esta ocasión, nos plantea un gran reto.
Nos enfrentamos a un asesino mucho más peligroso de lo que nos tiene acostumbrados, dándonos la oportunidad de descubrirlo sin las interrupciones deductivas del afamado detective belga.
Ella nos da las pistas, las va sembrando desde la introducción, y en el momento en que considera que ya hemos tenido tiempo suficiente para averiguar quién y por qué, vuelve a introducir en escena el ego enorme de su detective más famoso.
¿A qué se debió esa alteración en la obra que afectaba al protagonismo del pequeño hombrecillo belga de pomposo bigote y modales remilgados?
Puestos a elucubrar, puede que Agatha Christie harta de que los lectores no pillasen las pistas al vuelo, intentase darnos una ligera ventaja sobre él. Aunque yo me inclino más a pensar que existía alguna discordancia entre la autora y su afamada creación. ¡Vamos! una lucha de egos.
Se sabe que la manía hacia su hijo literario fue creciendo exponencialmente. Hacia 1930 dijo que el personaje era "insufrible", mientras que en 1938 escribió:
¿Por qué habré creado a esta detestable, rimbombante y fatigosa criatura?
Pero estos no serían los únicos halagos que dedicó al gran Poirot, porque en 1960 le catalogó de "detestable, ampuloso, pesado y egocéntrico".
Digo yo que algo de esa naturaleza le vendría de su madre creadora, porque como dice el refrán "honra merece quien a los suyos se parece".
Está claro que algo turbio estaba sucediendo y más si consideramos el hecho de que, aunque Poirot falleció en la obra Telón, publicada en 1975, esta historia había sido escrita alrededor de 1940 y guardada en un cajón.
Parece que las fechas cuadran con la escritura de esta novela de la que hoy os hablo y con una pronunciada crisis de soberbia o ego, algo que debe ser muy frecuente entre escritores, porque igualmente le sucedió a Conan Doyle con Sherlock Holmes.
Lo peor de todo es que el público amaba a Poirot por encima de sus excentricidades y yo creo que aquí, la gran dama del crimen lo tuvo muy claro, si había que elegir entre ella y el bigotudo con cabeza de huevo, el público elegiría a Poirot.
Ya para terminar, otro detalle que me ha gustado es que la trama transcurre por varios escenarios, es decir, el desarrollo del argumento no se limita a un único lugar como ocurriría en las clásicas historias de cuarto cerrado y los personajes cuentan con más libertad para entrar y salir de escena.