En el neblinoso Londres de los años treinta, un asesino en serie tiene aterrorizada a la capital. Tras matar a sus víctimas de un golpe en la cabeza, les roba y deja junto a ellas una nota con la más anodina de las firmas: «Mr. Smith».
Cuando, tras el último ataque, un testigo ve al criminal entrar en una pensión del número 21 de Russel Square, Scotland Yard —con el superintendente Strickland al frente del caso— pondrá bajo vigilancia a sus huéspedes: la viuda Hobson, dueña del establecimiento; el señor Collins, vendedor a domicilio de radios;
el mayor Fairchild, retirado tras haber servido en las Colonias; la señorita Holland, amante de los gatos...
Pero pese a haber estrechado tanto el cerco, descubrir entre todos la verdadera identidad de Mr. Smith no resultará sencillo en absoluto...
Opinión:
Esta semana vuelvo a dedicar la entrada semanal a una novela policíaca clásica que estoy segura de que llamará vuestra atención.
Esta historia fue publicada en 1939 y tres años después fue llevada al cine por Henri-Georges Clouzot, quien la ambientó en el barrio de Montmartre en lugar de Londres, que es el escenario original por el cual se moverá nuestro asesino.
El asesino vive en el 21 nos transporta hasta un Londres en cuya memoria aún resuenan los ecos de otro asesino serial, Jack el Destripador. Este nuevo asesino londinense, que firma sus crímenes como Mr. Smith, sigue siempre el mismo patrón: asesinar a sus víctimas con un golpe certero y, tras robarlas, huir amparándose en la niebla.
El superintendente Strickland se pondrá al frente de la investigación, pero el único dato que puede llevarle a dar con el asesino es tan poco fiable como el testigo del que procede la información y que le llevará hasta una pensión ubicada en el número 21 de Russel Square.
La investigación del superintendente va a resultar complicada, tanto o más que la de los lectores, que trataremos de descubrir quién de todos los habitantes del número 21 es el asesino.
Algunos autores de la época tenían por costumbre, en sus novelas policíacas, entablar una especie de lucha mental con sus lectores. Los retaban a hallar por sí mismos la solución del caso, y S. A. Steeman va a actuar de igual forma.
Este escritor no solo nos invita a descubrir al asesino, sino que sabe a ciencia cierta que no seremos capaces de dar con la solución, al menos al completo, porque por decirlo de alguna forma, es un poco liante.
En dos ocasiones, llegando ya al final, interrumpirá la narración para informarnos de que tenemos en nuestro poder todos los elementos necesarios para descubrir la verdad y que la solución aparece citada, literalmente, en distintos lugares de la narración...
¿Es eso cierto? pues no del todo.
Mal de muchos, consuelo de tontos...
Debo deciros que este autor no solo se ríe de nosotros, sino que no duda en calificar al gran Sherlock Holmes y a su método de simplista, y aún así considerarlo muy superior al inspector jefe Strickland que como ya sabéis será el encargado de dirigir esta investigación.
Con esto quiero decir que Steeman se cree superior a nosotros, porque sabe que los lectores nos dejamos distraer con facilidad, y eso que no duda en señalarnos que: solo abordando el enigma desde un nuevo punto de vista se logrará descifrar.
Esta novela fue escrita, como ya he indicado, en el año 1939, y podría encuadrarse perfectamente dentro de la llamada Golden Age, ya que a pesar de que su autor es belga y no inglés, tanto los escenarios como la ambientación, estilo y planteamiento, resultan auténticamente brittish, sin olvidar el sentido del humor con el que adorna algunos diálogos.
Las características de este relato también se ajustan a todas esas normas que los fundadores del selecto club, el Detection Club, pusieron por escrito para que en sus relatos prevaleciese el juego limpio, y los detectives de sus obras contasen con las mismas pistas que el lector.
Os he dicho que el autor era un poco tramposillo, pero debo reconocer que la resolución del caso solo es encubierta parcialmente por él, y es uno de esos requisitos del Detection club.
Es cierto que Steeman se guarda un as en la manga que yo no fui capaz de detectar porque actúa como un prestidigitador, nos entretiene y hace que miremos hacia otro lado, mientras él manipula el modo en que da la información.
Imaginé o intuí lo que sucedía, pero se me escaparon algunos detalles y eso me impidió dar con la solución exacta.