Narra la trágica historia de un excéntrico librero de viejo que pasa sus días sentado siempre a la misma mesa en uno de los muchos cafés de la ciudad de Viena.
Con su memoria enciclopédica, el inmigrante judío ruso no sólo es tolerado, sino querido y admirado por el dueño del café Gluck y por la culta clientela que requiere sus servicios. Sin embargo, en 1915 Jakob Mendel es enviado a un campo de concentración, acusado injustamente de colaborar con los enemigos del Imperio austrohúngaro.
Un breve y brillante relato sobre la exclusión en la Europa de la primera mitad del siglo XX.
Opinión:
Nos encontramos ante un relato breve narrado en primera persona, con una narración muy detallada y cargada de brillantes descripciones, que harán la delicia del lector.
Su prosa exquisita y cuidada hasta el último detalle, nos introducirá en una historia que nos enamorará al mismo tiempo que nos conmueve.
Había leído con anterioridad algo de Stefan Zweig, Carta de una desconocida, y en ese momento, ya admiré la forma de narrar de su autor.
El modo breve de contar las cosas contrastaba enormemente, con la cantidad de sentimientos que embriagaban al lector.
Carta a una desconocida tenía 60 páginas. No os vayáis a pensar que este texto tiene muchas más, porque esta pequeña obra ante la que nos encontramos, cuenta con 64 pero que son realmente intensas.
Con Stefan Zweig me ha ocurrido como con Irène Némirovsky. Dos autores que aunque he descubierto tarde, tengo el gusto de ir saboreando lentamente.
Sus obras considero que son "Literatura en Mayúsculas", aunque la otra denominación que suelo otorgarles es de "pequeñas joyas literarias". Son dos escritores con mucho en común, y es que cuentan con una capacidad extraordinaria para transmitir emociones.
Es una lástima que muchos lectores conozcamos a este autor de adultos, cuando precisamente este relato sería la lectura idónea para ofrecérsela a los estudiantes de secundaria.
No resulta extensa ni de lectura pesada, además de que sería perfecta para que fuesen señalando todo lo que encuentren, ya que está cargado de figuras retóricas tales como... Símil, sinonimia, enumeraciones, personificación, anáforas, epíforas... que habitan entre las páginas de este homenaje intenso a los libreros.
Solo me queda recomendároslo, porque en él se habla de muchas cosas, pero sobre todo del amor a los libros y creo que de eso sabéis mucho.
Os pongo un fragmento, donde podréis observar la calidad y todo lo que os he comentado.
Quédeselo tranquila. A nuestro viejo amigo Mendel le habría encantado que al menos una entre los muchos miles de personas que le deben un libro aún se acuerde de él. Después me marché y sentí vergüenza frente a aquella anciana y buena señora que, de una manera ingenua y sin embargo verdaderamente humana, había sido fiel a la memoria del difunto. Pues ella, aquella mujer sin estudios, al menos había conservado el libro para acordarse mejor de él. Yo, en cambio, me había olvidado de Mendel el de los libros durante años.
Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.