Aunque esta novela fue escrita en la época del cine mudo, y tiene toda la gracia de las comedias de enredo de esa época, son fundamentales en ella los soberbios diálogos de los personajes, entre el sofisticado toque británico y el desparpajo yanqui.
Un grupo de bromistas, y a la vez románticos, estudiantes de la Universidad de Oxford (entre ellos un norteamericano) forman un club literario muy peculiar: se hacen llamar los Escorpiones. Su próximo reto será escribir una novela sobre personajes reales, dos nombres descubiertos en una carta encontrada por azar en una librería: Kathleen será la heroína de la historia y Joe será el héroe. Pero esto es sólo la primera parte del reto, pues enseguida comenzará la Gran Aventura Kathleen: conocer a la joven protagonista de su novela por los medios que haga falta.
La búsqueda de la muchacha por parte del club literario de los Escorpiones está llena de momentos memorables y divertidísimos. Disfraces, mensajes falsos y, sobre todo, un encanto atemporal. Risas y sonrisas. Tal y como sucedía al leer La librería ambulante, los lectores llegan al final de esta novela un poco más felices que como la comenzaron.
Opinión:
Hace muy poco, visitando el blog de "Un libro en un tris", me encontré por casualidad con este libro de llamativa portada.
Tras leer la sugestiva reseña de Nitocris, decidí hacerme con él; lo malo de todo este asunto, es que fui a la librería por "Kathleen", y al final regresé con dos; la ya mencionada novela y "Lo que dijo Harriet" de Beryl Bainbridge.
Esta novela fue publicada originalmente en 1920 y vuelve a sorprenderme su brevedad, 120 páginas que se dividen en trece capítulos muy cortos.
Algo que he descubierto a fuerza de leer es que, todas las obras cómicas se construyen alrededor de argumentos sucintos. No se si esto se deberá a una moda o a que se ajustan al lema de "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".
La novela a pesar de esa brevedad que os comento, es sencilla, pero muy intensa y divertida.
He leído en ocasiones a "grandes expertos en crítica", decir que los textos cómicos carecen de profundidad.
Yo creo que ser autor de obras cómicas implica una labor mucho más difícil que no hay que menospreciar.
Debe demostrar la gran profundidad de su pluma a lo largo de toda la narración, no solo atando al lector al libro y entreteniéndole, como harían autores de cualquier otro género, sino que debe hacer un mayor alarde de maestría e ingenio.
Debe crear con agudeza, unos personajes ingeniosos que no aborrezcamos; debe saber jugar con lo ilógico, con lo surrealista, con el sinsentido, con la exageración, pero sobre todo con las palabras, haciendo un uso adecuado del sentido literal y de las metáforas; todo ese compendio que he mencionado, debe ser difícil de manejar, ya que debe volcarse sobre los diálogos, aplicándoles el tono adecuado y un ritmo que convierta al argumento en dinámico.
Todo eso sumado a la brevedad del texto, convierten a este género, en algo muy complicado de controlar.
Yo creo que hacer llorar es sumamente fácil, pero arrancar una sonrisa al lector, hacerle llorar de risa, es una labor harto complicada y poco valorada. Parece que el género cómico está devaluado, y precisamente en esta etapa que nos ha tocado vivir, la risa, la ironía y el sarcasmo, es lo que nos hace más llevadero el día a día.
Pero hablemos de Kathleen...
Supongo que ya habéis leído la sinopsis, pero a pesar de eso voy a haceros un breve resumen...
Un grupo de estudiantes de Oxford, integrantes de un club de literatura, ponen en práctica una especie de juego, escribir entre todos una novela.
El encargado de escribir el primer capítulo, encuentra por casualidad en una librería una carta, y así entran en contacto con dos personajes: la autora de la carta, Kathleen, y el receptor, Joe.
Ellos van a convertirse, sin querer, en protagonistas de una novela aún por escribir, siendo ese el disparo de salida a una comedia de enredo, totalmente disparatada, y cargada de obstáculos para cada uno de los integrantes de ese taller literario.
La labor de guía por la narración recae sobre dos tipos de narrador; uno en tercera persona, omnisciente; y otro en primera, uno de los personajes, el único que no es inglés y que nos acerca a la historia, en momentos puntuales, desde su diario.
El narrador omnisciente, demuestra saberlo todo, conoce todo lo que sucede y está a punto de suceder.
Es un cronista muy curioso, ya que en alguna ocasión, como podremos comprobar, hace avanzar el curso de la narración a su antojo, para que los lectores conozcamos algunos detalles que de otra forma se nos escaparían. De esa forma juega no solo con nosotros, dándonos más información, sino que también lo hace con los personajes, a los que convierte en instrumentos de la historia.
Al final, nada va a resultar como el grupo de amigos había previsto, y nosotros vamos a ser testigos de primera mano, de como los planes se van desmoronando como un castillo de naipes.
Cuando empezamos a leer un libro, siempre contamos con algunos datos. Sabemos como empieza, pero no como acaba; al igual que desconocemos los derroteros que tomará la historia y las vueltas que dará. Eso mismo es lo que les va a ocurrir a los protagonistas de esta novela poco convencional, donde la risa es lo único que tenemos asegurado.
Morley, creo que llegados a este punto ya puedo tutearle, consigue crear una comedia de enredos con un argumento aparentemente sencillo. Nos ofrece una narración metaliteraria, convirtiendo a la literatura en el tema central sobre el que gira la trama; con la presencia de ese grupo de amantes de los libros, integrantes de ese curioso club literario; con esa novela que tienen entre manos; con la relevancia que toma la carta inicial y el diario de uno de los protagonistas; y esos telegramas que se moverán de un lado a otro, portando curiosos mensajes.
Es una novela perfecta para desconectar y acabar con el estrés, al igual que también lo sería para ser representada como obra de teatro.
Este libro debería llevar impresa en su portada una advertencia, ya que puede ponernos en situaciones comprometidas:
"Absténgase de leer en sitios públicos"