Una novela sobre el recuerdo, la magia y la supervivencia; sobre el poder de los cuentos y la oscuridad que hay dentro de cada uno de nosotros.
Hace cuarenta años, cuando nuestro narrador contaba apenas siete, el hombre que alquilaba la habitación sobrante en la casa familiar se suicidó dentro del coche de su padre, un acontecimiento que provocó que antiguos poderes dormidos cobraran vida y que criaturas de más allá de este mundo se liberaran. El horror, la amenaza, se congregan a partir de entonces para destruir a la familia del protagonista. Su única defensa la constituirán las tres mujeres que viven en la granja desvencijada al final del camino. La más joven de ellas, Lettie, afirma que el estanque es, en realidad, un océano. La mayor dice que recuerda el Big Bang.
Opinión:
La historia está narrada en primera persona y nos llegará desde dos hilos argumentativos.
Uno de ellos, sirve para presentarnos a nuestro protagonista en la actualidad.
Tras un funeral, sus pasos le llevan hasta un lugar que conoció cuando solo tenía siete años. Un extraño lago que se encuentra al final del camino.
En ese momento, entra en juego la segunda línea argumental.
Al llegar a ese misterioso lugar, se activarán los sentimientos y los recuerdos olvidados. A través de ellos conoceremos a una extraña familia formada únicamente por mujeres. Las Hempstock. La más joven de ellas, Lettie, pasará a ser su compañera inseparable, durante un periodo de tiempo muy breve pero intenso.
Las Hempstock, según vayamos avanzando en la historia, veremos que están dotadas de un "algo" especial y de su mano descubriremos un mundo misterioso que comienza a abrirse a nuestro alrededor, al tiempo que nos adentramos en la historia.
A partir del momento en que nuestro joven amigo conoce a Letti, su universo se verá transformado y los momentos mágicos pasarán a formar parte de su hasta ahora limitada y corriente existencia.
Mediante la narración y sus descripciones, los lectores, nos vemos arrastrados junto a ellos, a ese lugar del pasado.
Seremos personajes invitados, meros testigos dentro de una ensoñación, conscientes de como los acontecimientos pasan ante nuestros ojos.
Nos encontramos ante una realidad tan mágica como la que hallamos en Alicia en el país de las maravillas, nada es lo que parece. Realidad y ficción están unidas en el océano al final del camino y no logramos ver donde empieza una y termina la otra.
La narración en primera persona juega el papel de nexo invisible. Un nexo que nos une al pequeño protagonista consiguiendo, que nos metamos en su papel. Neil Gaiman con ese recurso consigue que nos involucremos en la historia. Vemos como esas situaciones irreales, mágicas, suceden ante nosotros, creando una fantasía de la que nosotros podríamos ser el protagonista principal.
El lector cuenta con una ventaja frente al protagonista en edad adulta, y es que contamos con información de primera mano. Él ve como ciertos acontecimientos que ocurrieron en su infancia están rodeados de una espesa niebla a su alrededor, aparecen algo distorsionados, los recuerda de forma vaga... Al fin y al cabo solo se trata de eso... De recuerdos.
Luego solo quedan los recuerdos. Y estos se desvanecen y se mezclan...
¿A qué público está dirigida? No es una historia superficial por lo que creo que más bien está destinada a un público adulto al que le gusten las historias fantásticas. No hay que rascar mucho en su superficie para descubrir un buen argumento, con excelentes personajes y con una historia que se mantendrá dentro de nuestra cabeza dando vueltas durante días. Despierta nuestra curiosidad y activa nuestra imaginación.
Una novela muy breve o relato largo que cuesta un gran esfuerzo despegar de nuestras manos, nos envuelve con las palabras y disfrutamos con la inocencia de este joven protagonista.
Una historia sencilla que mantiene el ritmo hasta el final, donde se mezcla fantasía, misterio, realidad mágica e incluso llega a tener sus momentos intimistas.
Una búsqueda personal, del personaje adulto, que nos narrará situaciones conflictivas de su pasado, a través de los recuerdos del niño que aun lleva dentro. Esos sucesos que permanecen asentados en nuestro interior aunque intentemos desterrarlos de nuestra memoria. Esos recuerdos que permanecen en estado latente, esperando el momento oportuno para volver a aflorar y perseguirnos sin remedio.
Neil Gaiman nos habla del miedo centrado en la etapa de la niñez. Un miedo distinto al de los adultos, menos racional. Habla del valor de la amistad, de la capacidad especial que tenemos de niños para ver las cosas. Ese poder que nos hace ver un mundo de fantasía siempre a nuestro alrededor y que perdemos cuando nos convertimos en adultos. Aunque quizás no lo perdamos y únicamente, permanece adormecido, en silencio, esperando el momento oportuno para resurgir de nuevo.