miércoles, 30 de agosto de 2023

Una temporada en el purgatorio de Dominick Dunne

Sinopsis:

Los Bradley, una rica y poderosa familia norteamericana de origen irlandés, saben cómo silenciar cualquier escándalo que pueda salpicar su reputación. Su implacable patriarca, Gerald Bradley, está empeñado en que su hijo predilecto, Constant, llegue un día a ser presidente de los Estados Unidos.
Una noche de verano, después de un baile en el club de campo, una joven es asesinada y Constant se convierte en el principal sospechoso del crimen. Veintidós años más tarde, el famoso escritor Harrison Burns, antiguo compañero de colegio de Constant y viejo amigo de la familia, está decidido a confesar lo que sabe. ¿Saldrá la verdad finalmente a la luz?
Una temporada en el purgatorio es una novela trepidante sobre la capacidad de influencia de las clases privilegiadas, cuyo control sobre los distintos resortes del poder les permite moldear la verdad a su antojo. Su publicación en 1993 consagró a Dominick Dunne como el gran cronista de los secretos más oscuros de la alta sociedad norteamericana.

Opinión:

Hace unos años leí Una mujer inoportuna de Dominick Dunne y caí rendida ante un estilo literario ligero, algo sórdido, pero con una gran carga de crítica ácida hacia la sociedad estadounidense. 
Este autor seguía los pasos de escritores como Truman Capote o Tom Wolfe, retratando la sociedad contemporánea mediante técnicas adoptadas del periodismo donde se priorizaban las emociones al tiempo que se contaban historias reales, pero que aparentaban ser ficticias. ¡Vamos!, lo que vino a denominarse como Nuevo Periodismo o novela testimonio.

Sus argumentos tenían un toque amarillista; en ellos se mezclaba la crónica social, los crímenes y la denuncia, y parecían extraídos de la revista Vanity Fair, en la que fue comentarista de sociedad. Este trabajo le llevó a codearse, durante la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, con las grandes estrellas del momento, y a ser cronista de algunos juicios célebres como el de O. J. Simpson.
La oferta de trabajo en Vanity Fair le llegó al ser invitado a exponer sus reflexiones sobre el asesinato de su hija, la actriz Dominique Dunne, que recordaréis por su papel de adolescente en la película Poltergeist.
Posteriormente escribió una columna en la mencionada revista en la que se mezclaban chismes y exclusivas sobre la alta sociedad. 
Como él mismo decía:
"Escribes sobre lo que conoces, y yo he sido afortunado de tener un asiento de primera fila en las vidas de los ricos y poderosos".
Por otro lado, y continuando con su estilo literario, tampoco hay que olvidar mencionar lo que yo considero más importante, que fue un experto en el roman à clef, es decir, en la novela en clave, una denominación que se da a las historias en las que aparecen descritos hechos, situaciones y personajes reales encubiertos, pero que son fáciles de identificar. 
En Una temporada en el purgatorio, Dominick Dunne relata un caso, el asesinato de Marta Moxley en que estuvo involucrado un primo de los Kennedy, un crimen que acaparó las portadas de los principales periódicos en 1975 y cuyo caso fue reabierto en 1998, gracias a la publicación de este libro en 1993. 

La novela se divide en tres partes, dos de ellas narradas por uno de los personajes, Harrison Burns, y la otra narrada por un narrador externo.

La primera parte comienza en pleno juicio, en 1991, en el tercer día de deliberación, pero tras darnos ese dato que puede parecer intrascendente, la historia retrocede hasta 1972, momento en que Harrison entra en contacto con la familia Bradley y es testigo del asesinato que dará el pistoletazo de salida a la trama.
A partir de ahí vamos a tener una historia compuesta por un montón de subtramas en las que iremos conociendo a los integrantes de la familia Bradley; una familia irlandesa, católica, que nunca fue aceptada ni recibida en los círculos sociales de su ciudad, ya que consideraban que su dinero no tenía un origen, por decirlo de algún modo, elegante, y cuyo dinero, en el momento del suceso, sigue creciendo de forma ni muy clara ni limpia.

Constant Bradley es el hijo predilecto; un joven espectacular, de aspecto atlético, de casi metro noventa y con modales, ingenio y mucho estilo, pero también con un lado oscuro que comparte con todos los integrantes masculinos de la familia. Un lado oscuro que tapan refugiándose en su dinero y dejando que otros limpien el desorden que han causado, porque si hay algo que saben hacer bien los Bradley es lavar los trapos sucios y continuar con su apacible vida, prácticamente sin cambios.

Harrison Burns es un compañero de colegio de Constant. Va a ser nuestro narrador en dos partes de la historia, pero a pesar de eso, no llega a destacar como personaje. Es el protagonista, sí, pero su función recae más en la de relatar los hechos como testigo. El va a mostrarnos como es en realidad la familia Bradley, porque es el único elemento externo que podrá acceder sin límite, al mundo cerrado construido alrededor de los Bradley.

En la segunda parte Harrison abandona su papel de cronista y es sustituido por un narrador externo. En ese momento la trama da un salto hacia adelante, hasta 1989.
Aquí veremos los cambios que han experimentado las vidas de los personajes. 
Los Bradley son la familia de moda y foco de los flash, acaparando las portadas de las principales revistas, mientras que Harrison, un poco en segundo plano, se ha convertido en un escritor consagrado.
Han pasado los años y el contacto entre ellos está roto, pero los remordimientos de Harrison pesan como una losa, lo que nos llevará hasta la tercera parte, momento en que recuperamos al personaje como narrador y que mostrará los jugosos detalles del juicio.

Una temporada en el purgatorio es una obra que retrata el desmesurado poder e influencia de las clases privilegiadas. Lo mejor de todo es la forma en que Dominick Dunne recrea el ambiente alrededor de esa familia, ese microcosmos configurado como un universo cerrado y exclusivo que gira alrededor del patriarca, Gerald Bradley.
El elenco de personajes también será uno de los platos fuertes. Hay una multitud de ellos, no solo nuestra mirada recaerá sobre los Bradley, porque para que ese microcosmos construido a su alrededor se mantenga, debe conserve unido valiéndose de otro grupo de personajes, los secundarios, que también tienen su granito para aportar a la intriga.


jueves, 10 de agosto de 2023

Los miserables de Víctor Hugo

Sinopsis:

Los miserables se publicó en 1862, cuando Víctor Hugo se hallaba exiliado en Bélgica tras la restauración napoleónica del Imperio. Y podría considerarse que es el exilio, la obligada falta de pertenencia, uno de los motores de la gran novela del romanticismo francés: el exilio social y psicológico gobierna la vida de Jean Valjean, un «noble bruto», un buen hombre que lucha por los que, como él, son injustamente perseguidos. Situada entre las guerras napoleónicas y la revolución burguesa de 1848, Los miserables es, ante todo, una novela épica sobre el triunfo de quienes conservan intacta su conciencia en un mundo gobernado por la pobreza. Esta edición, en un manejable volumen único, está encabezada por un estudio de Alain Verjat, catedrático de filología romántica en la Universidad de Barcelona y destacado experto en Víctor Hugo. Presentamos la novela en la traducción clásica de Nemesio Fernández-Cuesta, plenamente coetánea a la obra y modernizada para la ocasión.

Opinión:

Los miserables

Cuando oímos este título lo primero que nos viene a la cabeza es que está catalogado dentro del género del Romanticismo. Eso es cierto, pero para ser más precisos habría que añadir que Víctor Hugo no se limitó a plasmar únicamente los elementos propios de ese género, sino que, como en otras obras del siglo XIX, también incorporó detalles de otro tipo de novela, la criminal, muy habitual en la época y en la que se mezclaban elementos tomados del gótico y del policíaco. En esas obras abundaba el suspense, las persecuciones, los bajos fondos y la miseria, y el vicio se convertía en el mayor antagonista de la inocencia, la bondad y la virtud. 

Sin embargo, cuando se publica Los miserables en 1862, el boom de ese género está dando los últimos coletazos y los nuevos aires soplan marcando un nuevo rumbo, el Realismo
A pesar de eso, Víctor Hugo, que llevaba escribiendo este manuscrito más de veinte años, se mantiene en sus trece e incluye detalles típicos del Romanticismo como son la importancia del destino, la valoración de lo nacional, lo individual y lo popular, además de plasmar su peculiar visión de la humanidad y del progreso. Hay que señalar en este punto que el autor escribe también sobre lo que ve; él ha vivido en primera persona muchas de las situaciones que narra, ha conocido a individuos que terminarán siendo sus arquetipos, y la miseria y la desgracia del pueblo le horrorizan, al igual que el excesivo rigor de la ley para con los más débiles, así que también podríamos decir que esta historia tiene mucho de Realismo. 

Los comienzos

En 1845 comienza a escribir una primera versión bajo el título de Jean Tréjean. Ya lleva 12 años pensando en el guion de una gran novela social, pero su escritura no hace más que sufrir interrupciones. 
En 1847 entrega la primera parte a la que ahora titula como Las miserias, una historia con un gran héroe, con un malvado que no se rinde, y en la que plasma de forma crítica, sin arredrarse ante sus complicados entresijos, los problemas sociales de la época. 
Pero llega 1848 y su actividad política le lleva al exilio, lo que le obliga a postergar doce años más la redacción definitiva que llevará al fin el título que ya conocemos.
El término miserable nos muestra ya las transformaciones que experimenta la ideología del autor, ya que en ese momento esa palabra tenía un valor despectivo y era la que empleaba la burguesía para designar a los míseros, las clases más bajas y hambrientas en las que proliferaba, inevitablemente, la delincuencia.

Víctor Hugo, quizás debido al tiempo que le lleva escribir esta historia, consigue que esté considerada de las más perfectas de la Literatura Universal, lo que ocurre es que, para mi gusto, haciendo uso de un narrador demasiado intrusivo, toma partido y da su opinión de forma demasiado extensa y explícita. Su punto de vista abarca demasiado espacio y hay momentos en los que tantos datos, tantas explicaciones, terminaban sacándome de la lectura.  
Hace una descripción minuciosa de la vida cotidiana y de los ambientes de París; intenta reflejar la realidad lo más fielmente posible, sí, pero hay ocasiones en las que se pierde entre tanto detalle.

A pesar de eso crea un elenco de grandes personajes, todos excepcionales; construye una trama magnífica a su alrededor, pero en comparación con el espacio dedicado a ambientar y a describir, esa trama aparece al final insignificante. Da la impresión de que sus opiniones políticas, sociales y religiosas, tienen más presencia e importancia que la historia real que crea para los protagonistas y termina engulléndolos.

Eso, insisto, sus digresiones, es lo negativo que he encontrado.

Los personajes.

Los miserables se divide en cinco partes y cada una de ellas va a estar enfocada sobre un personaje. 
Lo más sencillo sería pensar que el argumento va a girar siempre alrededor de Jean Valjean, y que el resto serán secundarios, pero ese pensamiento no haría justicia al libro. 
Es cierto que Valjean es el hilo conductor, pero solo es un miserable más entre la infinidad de míseros que pululan por París, aquí cada personaje y la historia que arrastran cuentan para el resultado final. 

Thénardier, Eponine, Cosette, Fantine, Marius, Gavroche... y una infinidad de nombres más, creo que forman el elenco más completo, complejo y perfecto que he encontrado hasta el momento a lo largo de mi extensa trayectoria lectora.
Víctor Hugo crea una plantilla de personajes que abarca y representa a toda la sociedad, sin olvidar a nadie, y tienen tanto peso como los protagonistas, por eso no creo que sea correcto denominarlos secundarios. No  son simples extras de decorado, todos participan como ramas fundamentales de la trama. 
En este punto quiero hacer una mención especial hacia el obispo Bienvenue, porque aquí se entiende la importancia de contar con un buen "secundario".
El obispo solo aparece de forma breve en la primera parte, pero es determinante para la evolución de Valjean. Con un acto de bondad inspira al protagonista y hace que su vida de un giro radical, convirtiéndose en un buen hombre. Y es que como ya nos mostró el autor en Notre-Dame, la bondad y la misericordia pueden cambiar la vida de las personas. 
Resumiendo, el obispo Bienvenue tiene una escasa intervención en el argumento, pero su presencia y sus acciones tienen un impacto determinante sobre la trama y al final eso repercute sobre todos los personajes de la obra que terminan cruzándose con Valjean. 

Valjean, lógicamente, es el héroe; alguien que aprende del dicho "que tu error de hoy sea tu maestro de mañana", y Javert es el gran antagonista; alguien incorruptible, inflexible, que queda atrapado en su propia versión, quizás no la más correcta, pero sí amparada por la llamada justicia ciega que no mira a las personas sino los hechos. 

Y es que en esta novela en la que se da tanta importancia a la confrontación entre el bien y el mal, los personajes de buen corazón van a brillar y a destacar más precisamente por los malvados. 
Todos van a estar respaldados por un detallado perfil psicológico, Víctor Hugo va a indagar hasta en lo más profundo de su alma, de ahí que hable de un elenco perfecto y que la terminen encasillando también como novela psicológica.
De Javert, del gran antagonista, también tengo que decir que es uno de los personajes malvados y a la vez más interesante que he visto. En los momentos en que está ausente, el lector desea que aparezca. Es alguien tan intenso que genera simpatía y aversión al mismo tiempo.

Y por supuesto también quiero hablar de Cosette...
No es el personaje que más me ha gustado, pero es, al igual que Javert, alguien de presencia constante. Aunque no esté en escena hace que la trama avance. Valjean vive por y para ella, y todas las decisiones que tome serán para protegerla. Es una joven de alma noble, iba a decir que muy pánfila, pero queda mejor calificarla de ingenua, y además se rumorea que su arquetipo se creó inspirado en Léopoldine, la hija de Víctor Hugo que tristemente falleció por esas fechas.

Para ir terminando...
La novela ha estado rodeada del éxito desde su publicación; un éxito que incluso hoy en día se repite y se incentiva gracias a las adaptaciones al teatro, a los musicales, al cine y a la televisión.

Y he dejado para lo último lo más negativo, algo que reconozco que me ha fastidiado enormemente la lectura, y que por supuesto no se puede achacar al escritor, de ahí que lo cite al terminar.

En la versión que ofrece la editorial Penguin Clásicos dicen que la edición presenta una traducción clásica, plenamente coetánea y modernizada para la ocasión. Y es cierto en lo de "clásica", porque es la primera traducción que se hizo al español en 1862, mismo año de la publicación del original. Lo único que han hecho es corregir la puntuación y la ortografía, adaptándola a la actual.

Pero el desastre viene con la traducción de los nombres.
De base no entiendo que se traduzca ningún nombre... Si te llamas Juan en español, será Juan, estés donde estés. Me da igual que sea en España o en las islas Wakatobi.
Por lo tanto el traducir o intentar españolizar algunos nombres carece totalmente de sentido.

Jean Valjean siempre será Jean, no Juan Valjean, y lo mismo sucede con Eponine, Fantine, Marius o Monsieur Madeleine, solo por citar algunos nombres, porque la triste realidad es que el intento de españolizar los nombres debió ser algo aleatorio y dependiendo del día del traductor, un señor que falleció en 1893, ¡Vamos, que hasta las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, aún eran nuestras!, así que esa frase de coetánea y modernizada para la ocasión igual está orientado a los componentes de la Generación del 98.

Esto que acabo de mencionar puede parecer una tontería, pero es algo que termina machacando una lectura. Y si la editorial incorpora una nota aclaratoria sobre la traducción y en ella se detalla que han hecho cambios, ¡pues leñe, una vez puestos a corregir se corrige todo!, porque el resultado final de eso que llaman traducción es un total despropósito.